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OJOS DE PAPEL – Cuento de Sergio Muzzio

Sergio Muzzio es escritor y me sorprendió con este bello cuento dedicado. Me dijo: " me pareció que era para vos flaquita". Fuerte y bello en su brutalidad...gracias por habérmelo dedicado!.. Nosotros sabemos lo que fué que te llevaran preso por usar el pelo largo y escuchar al Flaco.

OJOS DE PAPEL
Para Diana

En cuanto estuvieron solos en el pasillo, el que se hacía llamar Ángel Rojo empujó contra la pared al que se hacía llamar Capitán Muerte. De la sala del fondo llegaban gritos ya roncos.

– Así lo vas a matar, hijo de puta – le dijo apretándole el cuello.
– Soltame – dijo Muerte, sin que pareciera alterado – Soltame o te hago pegar cuatro tiros en la pija, imbécil.
– Lo van a matar… – dijo el Ángel, pero aflojó un poco.
– Tranquilo. Vas a ver que enseguida nos dice todo.

La única lámpara del pasillo parpadeó y el ruido de la picana arrancó un nuevo alarido, esta vez entrecortado de llanto. El que llamaban Ángel Rojo volvió a apretar el cuello del tipo que seguía muy calmo.

– Te repito: me soltás o te hago fusilar antes que al pendejo.

El pelirrojo de corte militar lo soltó. El otro tenía una larga melena negra y bigotes y vestía como un hippie. Se acomodó la melena y le sonrió.

– Mirá que resultaste blandito, che Ángel. Esto ya se termina.
– No sabe nada.
– Te equivocás. O me equivoco yo. Pero si me equivoco yo no pasa nada. El pibe es un erpe, está confirmado.

El pelirrojo hizo un gesto de duda, pero no dijo nada. En la sala del fondo cesaron los ruidos, y un hombre muy gordo salió con el gesto fiero y la camisa manchada de sangre en el pecho. Alzó una ceja extrañada al ver la posición de los otros, que se recompusieron mientras el gordo llegaba hasta ellos.

– Nada todavía… Se desmayó.
– ¿Adónde vas?
– Le venía a avisar…
– Volvé adentro. Metele fludro.
– Ya le puse.
– La puta madre…

Los tres entraron en la sala iluminada por dos grandes reflectores. Ambos apuntaban a la silla donde un chico atado había dejado caer la cabeza mojada hacia un costado. Respiraba con dificultad.
En la oscuridad, del otro lado de los reflectores, otros dos hombres se movían lentamente. Uno encendió un cigarrillo y le dio una larga calada. El Capitán Muerte se acercó al joven y le palpó el cuello.

– Está bárbaro – dijo mirando al gordo, que se apresuró a calzarse los guantes de goma. Muerte levantó apenas una mano. Dijo entre risas: – No, basta de gastar luz. El soplete.

El pelirrojo de corte militar abrió la boca pero la cerró inmediatamente. El de la melena negra lo miró todavía sonriendo.

– Es para asustarlo nada más. Métanle fludro.

En el instante que encendió el mechero el jovencito despertó. Muerte le aplicó la llama en un dedo, apenas un mordisco, y el muchacho abrió desmesuradamente la boca pero ningún sonido salió de ella. Miraba al torturador como si no pudiera creerlo.

– ¿Qué quiere decir lo que le mandaste? – le preguntó el Capitán Muerte, y el adolescente abrió aún más la boca y los ojos.

– Pendejo – dijo el hombre gordo – , te va a quemar vivo: decínos lo que hay en el jeroglífico que le mandaste a la putita esa.
– Nád…- alcanzó a decir el torturado y se quedó sin voz.
– Mirá: ahora voy a quemarte la nariz por dentro. Voy a dejar la lengua para lo último, así podés hablar antes de quedarte sin cara.

El de la melena negra movía lentamente el soplete encendido, pero acercándolo a las fosas nasales. Lo levantó hacia la cabeza del chico y el olor a cabello y carne quemados impregnó el aire. El muchacho contrajo violentamente todos los músculos y las venas del cuello resaltaron horriblemente.

– Imaginate cuando te queme el orto, pibe.
– Decínos el mensaje completo, ahora mismo – dijo una voz nueva desde la oscuridad tras las lámparas – Y te vas a casa y nunca más sabés nada de nosotros. Te doy mi palabra. Ahora el señor va a esperar quince segundos y nos contás todo. Al segundo dieciséis te echo kerosén en los huevos y te los quemo yo. ¡UNO…!

El chico gritó de nuevo y el olor a excrementos se mezcló con el del gas quemado.

– ¿Te vas a morir por esa putita, nene?
– ¡DOS!
– ¡¡Hablááááá!!!

El Capitán Muerte, a pesar de lo que había prometido el hombre de atrás, le desfiguró el ojo y el chico ahora ni siquiera podía llorar. Hizo una gran arcada.

– ¡CINCO! ¡QUEMALE EL OTRO!
– Saludos al Che, forrito.
– ¡SEIS!

El muchacho alcanzó a balbucear algo entre el vómito, pero el del pelo largo ya había arrasado con el otro ojo y parte de la nariz. El que se hacia llamar Ángel Rojo se removió inquieto. Desvió la vista hacia la pared más cercana.
Se abrió la puerta y un hombre entró corriendo con un papel en la mano.

– Lo tenemos, lo descifraron.

El del soplete sonrió malignamente y le puso fuego a la boca del chico. El que entró corriendo le entregó el papel al hombre de la oscuridad. Leyó en voz alta:

– « Duerme un poco y yo entretanto construiré / Un castillo con tu vientre…» … ¿Qué mierda es esto…?

El estruendo del disparo sobresaltó a todos, y el chico estaba muerto y el Ángel Rojo sostenía una pistola que ahora apuntaba a su propia sien.